Una de las peculiaridades de la cultura islandesa es la
manera de atribuirle un nombre y apellido a un recién nacido. En el caso de los
apellidos, los islandeses siguen una tradición germánica por la cual toman el
nombre de pila del padre y le añaden la terminación –son o –dóttir
(literalmente, ‘hijo’ o ‘hija’) según se trate de un niño o una niña. De modo
que el hijo de una persona que se llamara Guðbergur pasaría automáticamente a
apellidarse Guðbergsson (Guðbergs es el genitivo de Guðbergur, claro está), y
la hija, Guðbergsdóttir. Entonces, los hermanos tienen apellidos diferentes. A
veces, en Islandia uno puede llegar a no saber si alguien es o no pariente.
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